Jaime Galté: Médium y maestro espiritual
En Jaime Galté Carré hay tres líneas gruesas de desarrollo: la ética, ocupada del conjunto de normas que dignifican el comportamiento humano; la filosófica, no para filosofar sino para la vigencia de los principios y valores fundamentales; y la iniciática, como experiencia espiritual de cambio desde una etapa de vida a otra, hacia un nuevo estado de consciencia individual y social. En cada una de estas líneas, Galté escribió libros, en cada una fundó organizaciones, en cada una fue sobresaliente, pero, además, su amor al prójimo no tuvo precio, jamás cobró dinero alguno por ayudar a los demás.
En la conducta de Galté primaba la ética y el servicio público, nunca buscó reconocimiento sino al contrario lo evitaba. Sobre todo, al estar dotado de facultades extraordinarias, como la mediumnidad, la precognición y el desdoblamiento. Puedo decir, como biógrafo de Galté, que en su vida se encarnaron dos espíritus que sintetizaron lo mejor de la ciencia (Dr. Halfanne) y lo mejor de la espiritualidad (Mr. Lowe) pero la propia vida de Galté es una síntesis de lo mejor de ambos mundos concordando en un principio básico de vida: el humanismo.
Jaime Galté, nació el 24 de mayo de 1903 en Santiago. Ingresó a la Universidad de Chile a estudiar derecho en 1925, cinco años después obtuvo su título de abogado, con una memoria que versó sobre la formación de un nuevo proyecto de ley sobre sociedades de responsabilidad limitada, que posteriormente llegó a ser ley de la República. Obtuvo el título de profesor extraordinario de la Cátedra de Derecho Procesal entre los años 1942 y 1958. Como abogado formó parte de la comisión redactora del Código Orgánico de Tribunales y a la vez publicó un texto para su enseñanza en la escuela de leyes titulado, manual de organización y atribuciones de los tribunales. Pero además de su exitosa vida profesional, Jaime también participó de grupos que reforzaran su espiritualidad y una moral a toda prueba. Fue miembro de la Gran Logia de Chile y miembro iniciador de un grupo Martinista en Santiago de Chile, orden iniciática y filosófica crística, fundada en 1891 por el doctor Gerard Encausse (Papus), en París, Francia.
Fueron amigos suyos “muchos abogados de la Universidad de Chile, como el exministro de Relaciones Exteriores, Enrique Silva Cimma, o el profesor de derecho procesal, eminencia en la materia y autor de numerosos textos jurídicos, Hugo Pereira Anabalón. Numerosos médicos también lo rodearon, como Jorge Vigouroux, doctor en epidemiología, Francisco Donoso, endocrinólogo o Brenio Onetto, jefe del Laboratorio de Parapsicología Experimental de la Universidad de Chile. Además, Galté ayudó a numerosos políticos y dos presidentes de Chile, Carlos Ibáñez del Campo y Salvador Allende. Además, ayudó a la familia Bachelet.
En 1963, funda con destacados profesionales la Sociedad Chilena de Parapsicología, entidad que funcionó al alero de la Universidad de Chile, Escuela de Psiquiatría.
Jaime Galté, señaló muchas veces que la práctica de la tolerancia se alimenta de la sinceridad: “La controversia nunca convierte a nadie; uno se afirma en las ideas que quiere defender y se obstina más en ellas a medida que el ataque es más vivo; las
por convicciones se afirman o cambian por sí mismas, a medida que la razón crece y que la luz se hace. Si bien es cierto que la tolerancia nos exige el respeto para toda creencia sincera, no podemos olvidar que nuestra razón debe rechazar todo dogmatismo, todo fanatismo y toda superstición, porque en otra forma, faltaríamos a nuestro juramento de luchar sin descanso contra el error y la maldad” (1962).
Además, el abogado y académico siempre sostuvo que este camino ético, filosófico e iniciático, que él seguía como guía de vida, sería atacado por los dogmáticos, los intolerantes y los que sólo buscan su bienestar personal, manteniendo sus mitos y privilegios. Respecto al elemento humano, como realizador de la justicia, Galté sostenía que se debía pulir nuestras ideas y conducta por la razón y la tolerancia, por lo que era necesario dedicarse al estudio de las causas de las miserias humanas y de los medios para remediarlas, como sacrificar nuestras pasiones y destruir nuestra propia ignorancia y la de nuestros semejantes. La caridad es fundamental –afirmó varias veces- pero siempre se debe saber que los actos caritativos se miden por la mayor o menor entrega que de ti mismo puedas ofrecer a tus semejantes sin esperar beneficio personal ni recompensa. Este concepto de caridad no es el de las dádivas sino la caridad que entrega otro valor fundamental, el amor, en este caso, por los semejantes, por la humanidad entera, algo que parece quimérico en la actualidad.
Por Sergio Salinas Cañas